No podía respirar. Ni articular palabra. A través de sus párpados entreabiertos alcanzaba a ver sus ojos, inyectados en sangre, su mirada vacía. Atenazaba su garganta con fuerza, con sus grandes manos la mantenía suspendida en el aire, las piernas colgando, laxa como un muñeco.
La niña. La niña chillaba. Nunca la había oído chillar así.
– ¡ Por favor papá! ¡ No mates a mamá!
Empezó a boquear. Oyó sus dientes chirriar, apretaba la mandíbula, su cara convertida en una horrible mueca. La niña intentaba, sin éxito, agarrar sus piernas.
Se juraba y perjuraba a si misma que no siempre había sido así, que antes era diferente. Cómo le quería, como le gustaba que él le dijera que la quería, que estaba enamorado perdidamente de ella. Tan guapo y alto, con tantas mujeres detrás se él, se sentía orgullosa de que se hubiese quedado con ella.
La primera vez, cuando empezó a darse cuenta de que algo iba mal, pasó tan rápido… Ella sólo se había quejado de que no le duraban los trabajos. Él le dio un puñetazo. El primer ojo morado. No supo reaccionar. Dejó que pasaran los días y al ver que no se repetía terminó por confiarse, Se dijo a si misma que había sido algo esporádico.
Pero no lo era.
Una tarde, ella le pidió que dejara de beber delante de las niñas,sudoroso y nervioso, las estaba alterando. Entonces, él se levantó e intentó romperle el brazo con sus propias manos. Nunca había sentido tanto dolor.
Poco a poco había conseguido que ella terminara por perder su autoestima. Acabó siendo una persona que se sentía pequeña, insegura y frágil. Cuestionaba sus decisiones, se burlaba de ella. Terminó por aceptar sin cuestionar por temor a los golpes.
Seguía apretando con fuerza, cuando creía que no podía hacerle más daño, con la mano libre le asestó un fuerte golpe en la nariz. La sangre empezó a manar, roja y brillante. La niña. La niña chillaba aún más alto. «Esto se acabó. Me voy a morir.»
Aire, oxígeno. Entre sus labios siente como vuelve a entrar el tan ansiado aire. Con el cuello liberado se desploma contra el suelo con todo su peso. Empieza a toser, como nunca ha tosido. Siente la sangre caliente deslizarse por su cara. Entre brumas, mareada, alcanza a ver a su madre en la habitación. Está gritando fuera de sí. Lo empuja, lo abofetea… Ella es su liberadora.
La niña. La niña sigue llorando. Desconsolada. Él la mira de reojo. Una mirada de asco. Abre la puerta y sale. Furioso, indignado. Sin volver la vista atrás. El portazo de la puerta vibra en la habitación como el último coletazo de un terremoto.
Está salvada. De momento.