Estar de guardia como abogada de oficio se parece mucho a salir de fiesta. Solo que en lo malo. Cuando terminas la guardia te queda una especie de resaca, la sensación de vacío existencial, como si no pertenecieras a ningún sitio.
Se te confunden los días y las horas, estar pendiente las veinticuatro horas del móvil, el tener que atender llamadas a cualquier hora del día. Salir de madrugada, con las calles vacías para ir al calabozo, o a la comisaría o al cuartelillo.
Estás inmersa al cien por cien en tu guardia, en atender a los detenidos y, cuando te toca, a las víctimas, en concreto a las de violencia de género.
Cuando atiendes a víctimas, siempre eres tú y ellas, consigues establecer un lazo de confianza. Porque ellas son un mar de dudas, de confusión, de temor, y necesitan de tu empatía. Confianza y empatía. Debería ser nuestro lema.
Aunque sea la primera vez que las ves, llegas a ese punto en el que en un par de horas consigues conocer lo máximo de su historia. A veces consigues que te cuenten mucho, a veces poco. Algunas historias son muy duras, otras parecen más «ligeras», pero esto sólo en apariencia.
Y entonces, en algunas ocasiones, te toca lidiar con la putx frustración.
Si, me puede frustrar cuando un juez no toma la decisión que yo pido, o cuando considero que la decisión que adopta es injusta. Y así se lo hecho saber a algún juez.
Pero cuando ellas se echan atrás, cuando quieren renunciar a seguir adelante, cuando después de denunciar, de pasar horas en comisaría, entonces llegan al juzgado y ya no quieren declarar, o quieren retirarse de la acusación… Esa es para mí la mayor frustración.
¿Y por qué frustración? Porque tengo que respetar esa decisión. Porque tengo que apoyar a esa mujer, aunque para mí esa opción sea el mayor error. Porque una gran parte de mi trabajo consiste en entenderlas y apoyarlas. Mujeres que han venido con golpes en su cuerpo, con informes forenses clarísimos y contundentes. Pero no quieren seguir, se quieren echar atrás.
Esa es mi mayor putx frustración.