Extenuación

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Agotado, vacío, exhausto. Una vez liberada la ira, ya sin nada dentro, poco tiene para dar u ofrecer. Siempre pasa así. 

Ella. Ella y sólo ella.

Ella es su vida, su obsesión. Cada día la desea, cada día necesita más su cercanía, su presencia. Y en esa misma medida que la necesita ella puede prender la mecha. Ese fino hilo que separa la tranquilidad de la tempestad.

Entonces llega la furia. Siente ese inconfundible calor que le invade y que recorre su cuerpo, pierde la noción del tiempo, y su cerebro entra en un bucle. Ya ha perdido el control. Pero no del todo.

Sabe hasta donde tiene que llegar, donde tiene su límite. Tiempo atrás sólo le gritaba, le llamaba la atención, un «toque» como le gustaba decir. Pero de pronto dejó de ser suficiente.

Aquella vez que descubrió que hablaba con otro hombre por el móvil, un amigo decía, pensó que se volvía loco, no se lo pensaba permitir. Empezó a gritarle fuera de sí, el calor recorría su cuerpo a toda velocidad. Le arrebató el móvil de las manos y se lo llevó a la boca. Lo mordió con furia hasta conseguir destrozarlo. Después la agarró de los pelos y la fue arrastrando por el pasillo hasta encerrarla en la habitación.

No iba a consentir eso.

Juguetea con el pitillo entre sus dedos, el humo disipándose a su alrededor. La oye sollozar en la habitación contigua. ¿Cuándo se piensa callar? Se siente tentado a empezar de nuevo, pero no le quedan fuerzas. De un momento a otro ella se cansará y se quedará dormida, siempre es así. 

Mañana, antes de salir, maquillará las marcas que ha dejado en su cara, cubrirá como tantas otras veces los moratones repartidos por su cuerpo. Y por supuesto no dirá nada. Así tiene que ser. 

Extenuado.

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