No callar, en negativo. Contestar, replicar, exponer, defender, en positivo. Porque cuanto nos cuesta hacer todo esto, y qué poquito nos cuesta callar. No requiere esfuerzo por nuestra parte asentir, tolerar, aunque sean cosas con las que no estamos de acuerdo, o aquellas que tenemos que defender muchas veces nos las callamos, lo «dejamos pasar». Ah, pero eso no nos pasa a todos no, sólo a algunas personas que por nuestro carácter o experiencia vital somos así. «Es que soy así». Esa suele ser la excusa, el arma que tenemos en nuestra mano para justificar nuestra ¿Cobardía?¿Temor?. O enfrentarnos a esas personas que sabemos que no se callan, y que rápidamente nos darán la réplica, en muchas ocasiones una réplica que puede ser molesta o hiriente, incluso humillante. Qué importante ha sido a lo largo del tiempo el no callar. ¿Qué hubiera sido si no de todos los derechos que hemos adquirido, como ciudadanos y ciudadanas, como trabajadores y trabajadoras? ¿Qué sería del voto femenino, de la igualdad, de la ley contra la violencia de género? Ojo, que no digo que sólo callemos las mujeres, esto no es una cuestión de género, aunque no podemos negar que se nos haya enseñado más a nosotras a callar, asentir, a evitar la «movida». En nuestra mano esta no crear una herencia con esto, enseñar a nuestros hijos e hijas a alzar la voz, a replicar, a no callarse, a no «pasar por el aro». Porque si no replicamos, no contestamos, no damos réplica, ¿Qué puede decir el silencio en nuestro nombre? Canción para hoy:
ESAS MOVIDAS DE LAS QUE NO QUEREMOS HABLAR. PARTE UNO.
Hoy es 15 de octubre, Día Internacional de la muerte gestacional, perinatal y de la primera infancia. Y llegado este punto muchos habréis dejado de leer, ya ver estas palabras juntas en una frase nos causa un gran rechazo,… por algo no nos gusta hablar de ello. La muerte nos causa rechazo, y si hablamos de la muerte de un bebé, de un niño, demasiado impacto. Pero por mucho que duela a veces pasa, a veces hay que soltarlo y hay que hablar de ello. Porque necesitamos contarlo y escucharlo. Porque tenemos que saber que el amor no tiene medida. Y no importa que hayas perdido un bebé, que hayas tenido un aborto de pocos meses, o un niño más mayor… Este día recuerda el dolor y el duelo que pasa por la pérdida de esa parte de nosotros que a veces no llegamos ni a sentir en nuestra piel. Y es que sin darnos cuenta en ocasiones minimizamos el dolor de otras personas por el hecho de que a lo mejor «sólo» llevaba unos pocos meses de embarazo, o nace sin vida y no llegas ni a oir latir su corazón. El dolor no tiene edad ni tamaño. Yo estaba feliz, súper feliz, un bebé buscadísimo, una tremenda ilusión de futura mamá primeriza, la ropa premamá, las chaquetitas y los patucos que con tanto amor hacían mi madre y mi suegra, preparar la habitación para esa llegada… Un momento en el que deseaba tanto ejercer de madre, entregar amor incondicional a un pequeño ser que entraría en nuestras vidas y nosotros con las manos y el corazón abierto. Dos meses de embarazo, emoción, ilusión, tantas ganas de ser mamá… Llena de emoción, de fantasías, de amor al fin y al cabo. Sentada como cada día en mi despacho, un día más de trabajo. Y de repente sentir que algo ha pasado. Algo malo. Muy malo. Sangre. Mucha sangre. Y la incertidumbre. No es nada, tranquila. Suele pasar. Y entonces la vorágine, el caos. La locura que me envolvió y me tragó durante tres días en los que el mundo se dio la vuelta. De médico en médico, de sala de urgencias en sala de urgencias. Dando vueltas como un paquete. Sí, eso es lo peor de ser embarazada primeriza, te reducen al valor de algo que lleva un bebé dentro y para la que todo es una paranoia. Pero hoy no lo es. Hoy no estoy paranoica. Se está yendo, se va de mí, lo estoy perdiendo. Y no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Camas de hospital, pijama de hospital, ecografías, pruebas. Se va, se va, lo pierdo, de forma inexorable. Ni siquiera me sale un llanto, sólo me puedo enfadar. Enfadarme conmigo misma, algo habré hecho mal, con el sistema, por menearme de un lado a otro mientras esa vida se va de mí. Y me enfado porque hace unas horas tenía un ser en mi interior y ahora se está yendo. Y nada lo puede cambiar. Cuando todo termina llega el vacío, el silencio, las miradas tristes. Y todo lo que hacía hasta esa mañana pierde sentido. El ácido fólico, los libros de maternidad, el diario de embarazo, las citas médicas, la ropita que está en el armario. Todo se esfuma como si ese «tú» no hubiera existido. Y pasa el tiempo sí, y estaba de poco tiempo, sí. Pero no importa, el tiempo sólo suaviza tus emociones, pero no lo olvidas. Ni nunca lo olvidarás. Nunca olvidaremos. Y en este día cada año nos acordaremos de todxs los que hemos pasado por ello. El amor no se mide en tamaño. Ni en tiempo. Simplemente no se mide. Sólo es amor. Nunca te olvidaré. xxxxxxxxx
MATERNIDAD
Maternidad. Por dónde empezar. Nunca tuve instinto maternal. Ya sabía que tener niños suponía mucho sacrificar; en primer lugar tu cuerpo que no sabes si volverá a ser igual o por lo menos que no te vaya a quedar peor, Y sacrificar todas esas cosas que sabes que no harás después de ser madre. Y si a este sacrificio y esfuerzo ya inicial le sumamos la presión de las redes sociales y las supermamás, tenemos un cóctel llenito de autoexigencias e inseguridades. Supermamás por las que no se ve rastro de embarazo, de haber tenido un bebé nueve meses en su cuerpo. Ni rastro de peso de más, grasa en lugares donde no sabías que podía haber, o estrías en sitios insospechados. Su cuerpo es un templo. El mío debe ser un after. Después de diez años ya de mi segundo hijo sigo con mi grasa en lugares extraños, mi barriga, y estrías en lugares inhóspitos. Pero lo peor de todo es que joder hago deporte. Deporte que antes no hacía porque no lo necesitaba. Podíamos comer comida basura, pasarnos la tarde viendo pelis y comiendo mierdas que no nos hacía falta el ejercicio. Todo estaba en su sitio. Y que me decís de esa piel brillante y perfecta, con el bronceado justo aunque estemos en diciembre. En pleno invierno lo normal es tener una colección de bikinis de todos los colores a mano para lucir tipo en el espejo de la habitación. Pero claro lo mio es tener dos bikinis del mismo modelo en distinto color que son aquellos que encontré un día en El corte inglés y que por lo menos me disimulan la barriga. Pero esto no es todo no. A esta peña le da tiempo a levantar a los niños de la cama a las 6, preparar un desayuno completo con huevos, cereales, fruta…Nada que ver con levantarte media hora antes de la entrada al cole, desayunar casi de pie, y correr por la casa en bragas gritando que no llegamos. Pura adrenalina maternal.
Golpe de realidad
El golpe, la bofetada, el ostiazo… Cuántas formas tenemos de nombrar ese momento en el que te caes de tu nube particular y aterrizas en el a veces terrible mundo real. Porque sí, a todos nos pasas que en alguna ocasión (en mi caso unas tres veces al año), estás en esa fantasía de «bueno, parece que todo marcha bien». Tengo un trabajo que me gusta más o menos, he llegado viva a fin de mes, con los hombres bien, gracias. Pero, de repente, ¡oh, sorpresa!, te pegas un tortazo con quien menos te lo esperas. Entonces, ¿Cómo prevenirte ante el golpe de realidad? Primero. Permanece siempre alerta. Sí, sí, es una asco pero es así. No se puede bajar la guardia. El otro día tuve una cena super pija, cena de gala del trabajo, todos sobrios y estupendos, aquí no rompemos un plato. Hasta que llegaron los cubatas. Desmadre total. Y aquí tuve mi fallo, bajé la guardia. Durante la cena estuve charlando con un tío muy majo que había venido con mi amiga. Ella está loca por él, aunque no se atreve a romper su pareja»por si acaso». Nos sentamos juntos y yo empecé a sentirme a gusto, no hablamos de trabajo, era algo como muy fluido, muy natural y la verdad me estaba cayendo bien. No sé por qué, pero al final nos quedamos solos en la mesa, mientras los demás se iban marchando nosotros seguíamos allí con nuestra copa echando unas risas. Y llegó el momento de marchar. Salimos fuera, y así de improviso me intenta entrar. Le digo que no y en un abrir de cerrar de ojos ya me ha pedido un taxi, me manda subir (¡!) y me da cincuenta euros. ¿Qué? Segundo. Si bajaste la guardia, reacción rápida. Te intenta entrar, tú no quieres, haces una cobra veloz. Te mete en el taxi y te da el dinero, se lo tiras a la cara y te bajas pitando. Tercero. El día siguiente, no respondas preguntas. Pero no digo esto porque te vaya a dar palo ni nada de eso. No. Tienes que estar preparada para no llevarte sorpresas. Me llama mi amiga (la que anda como loca detrás de él) a las nueve para decirme si estoy bien. – Sí, en casa intentando dormir después de llegar a casa a las seis. – Es que me llamó X y me dijo que os fuisteis a su casa. ¿Pasó algo entre vosotros? Él dice que le gustas, ¿Y él a ti?. Te dije que me gusta a mí. Algún día dejaré mi pareja y me iré con él. ¿Y ahora qué? Cara de póquer delante del teléfono. Dos golpes de realidad en uno. xx
Persuasión (La)
No está segura de qué nombre dar a lo que él hace. Consigue todo lo que quiere de ella. Es la fuerza irresistible de sus palabras. Nunca le ha puesto la mano encima. No es necesario. Esa necesidad, esa atracción, sólo con que le mencione la posibilidad de dejarla. No le entra en la cabeza estar sin él. Eso sí, ella tiene que acatar sus normas. Muchas. Demasiado sexy con el pelo suelto, ponte una trenza. Esa falda es demasiado corta, vete a cambiarte. No hables con nadie en clase. No le cuentes a nadie nada de lo que te digo. Cuando va a un sitio sin él tiene que enviarle una foto, esté donde esté, por la mañana, tarde o noche. Él Puede ver todo lo que hay en su móvil, puede localizarla en cualquier momento, maneja sus contraseñas y su correo. Y si no está donde dice… Puede llamar a su madre, mentir, decir que está metida en líos. Y entonces sus padres le echarían la bronca. Para una chica de quince años esto es un problema. Su padre trabaja en la construcción, nunca lo ve hasta la hora de cenar. Su madre limpia oficinas por la mañana, y el resto del día está muy ocupada también con su hermano pequeño, sólo tiene diez años. No quiere preocuparla con más cosas. Sabe lo que tiene que hacer para que él esté tranquilo. Y ella le quiere, al fin y al cabo la cuida, la protege, le cuenta sus problemas en clase y él la escucha. Sólo necesita eso. El día que le conoció se enamoró perdidamente. Un chico mayor, tan atractivo, tan sexy. Todo el mundo lo dice, no sólo ella. Tenía que conseguirlo. Se puso un propósito. Él iba a trabajar cerca de su instituto, así que procuraba coincidir casi siempre a la salida de clase, y poco a poco él se fue fijando en ella. El día que la habló y le preguntó su nombre casi se desmaya. Y empezaron a quedar. Se colgó todavía más. Se escribían según se despertaba. Sólo paraban cuando estaba en clase. El resto del día tenían en que estar en continuo contacto. Él da las órdenes y ella las cumple. Una parte de ella sabe que esto no está bien. Pero cómo salir. Cómo huir de (la) persuasión
La pxta frustración
Estar de guardia como abogada de oficio se parece mucho a salir de fiesta. Solo que en lo malo. Cuando terminas la guardia te queda una especie de resaca, la sensación de vacío existencial, como si no pertenecieras a ningún sitio. Se te confunden los días y las horas, estar pendiente las veinticuatro horas del móvil, el tener que atender llamadas a cualquier hora del día. Salir de madrugada, con las calles vacías para ir al calabozo, o a la comisaría o al cuartelillo. Estás inmersa al cien por cien en tu guardia, en atender a los detenidos y, cuando te toca, a las víctimas, en concreto a las de violencia de género. Cuando atiendes a víctimas, siempre eres tú y ellas, consigues establecer un lazo de confianza. Porque ellas son un mar de dudas, de confusión, de temor, y necesitan de tu empatía. Confianza y empatía. Debería ser nuestro lema. Aunque sea la primera vez que las ves, llegas a ese punto en el que en un par de horas consigues conocer lo máximo de su historia. A veces consigues que te cuenten mucho, a veces poco. Algunas historias son muy duras, otras parecen más «ligeras», pero esto sólo en apariencia. Y entonces, en algunas ocasiones, te toca lidiar con la putx frustración. Si, me puede frustrar cuando un juez no toma la decisión que yo pido, o cuando considero que la decisión que adopta es injusta. Y así se lo hecho saber a algún juez. Pero cuando ellas se echan atrás, cuando quieren renunciar a seguir adelante, cuando después de denunciar, de pasar horas en comisaría, entonces llegan al juzgado y ya no quieren declarar, o quieren retirarse de la acusación… Esa es para mí la mayor frustración. ¿Y por qué frustración? Porque tengo que respetar esa decisión. Porque tengo que apoyar a esa mujer, aunque para mí esa opción sea el mayor error. Porque una gran parte de mi trabajo consiste en entenderlas y apoyarlas. Mujeres que han venido con golpes en su cuerpo, con informes forenses clarísimos y contundentes. Pero no quieren seguir, se quieren echar atrás. Esa es mi mayor putx frustración.