Nota: 7/ 10 Lo mejor: La constante intriga y desazón al ver que se nos oculta algo. Lo peor: Momentos en que se hace poco creíble una investigación tan chapucera. Vamos a removernos en el sillón más de lo que esperamos (y deseamos) con el visionado de esta peli. Y No sólo por todos los elementos del suspense del que bebe por todos los poros, ni por la prometida intriga, constante en casi cada minuto del metraje de este drama judicial, si no porque nos va a meter en el cuerpo una gran duda moral: buscar y aceptar la incómoda verdad o creer la cómoda mentira que salvaría nuestra «conciencia». Y es que ya desde el principio vemos que nuestro protagonista es «perfecto», o más bien es lo que nos hacen ver… Porque a medida que vamos avanzando descubrimos que este marido perfecto no lo es tanto, o no lo era tanto, pero esto es algo que iremos descubriendo, no nos queda más que esperar a que nuestras preguntas se vayan resolviendo muy poco a poco, poniendo a prueba nuestra paciencia. Sabemos que algo no cuadra, algo nos chirria y algo se está escondiendo, pero no podemos terminar de ver lo turbio o no de la conducta de nuestro impecable jurado número dos. Se nos plantea de forma clara y casi «de libro» unos hechos con unos parámetros sencillos: pareja que discute en un bar, una noche de tormenta, hombre que grita a la mujer, testigos que presencian como ella se marcha andando bajo la lluvia, él en su coche en la misma dirección. La aparición del cadáver de ella junto a un río, y una investigación policial más bien escasa que pasa por encima los detalles del supuesto crimen es toda la información de la que un jurado dispone para emitir un veredicto «justo». Porque, cito textual: «la justicia no es perfecta, pero es la que tenemos». El caso perfecto para apurar con rapidez, apurar la investigación y conseguir un veredicto de culpabilidad para orgullo de la carrera política de una fiscal que, aunque sospecha que no todo es lo que parece, no quiere pararse a mirar con detenimiento las pruebas ante la presión de un fracaso electoral. Todo encaja perfectamente, el malote que asesina a su chica por despecho en lo que parece un escenario perfecto. Pero no. Está vez no os voy a destripar la película porque es realmente emocionante ir viendo el desenlace. Pero nos va a plantear un término usado en psicología muy interesante, que es el sesgo de confirmación. Los sesgos cognitivos son mentiras que nuestro cerebro asume como ciertas y nos impiden ver la realidad de una forma objetiva. Una respuesta de nuestro cerebro a una verdad que no queremos asumir porque no está dentro de nuestros parámetro adquiridos, así que, ¿Para qué esforzarse la policía en buscar pistas, o un jurado razonar un veredicto si la verdad más cómoda es la que nuestro cerebro ve como más lógica? Es más asumible que un chico malo mate a su chica en una noche de borrachera que invertir tiempo y esfuerzo en intentar descubrir la verdad. Porque esa verdad puede ser incómoda, porque esa verdad nos puede abrir los ojos a que no todo es lo que parece, a que a veces el malo no lo es tanto, o que el bueno tampoco es tan bueno. Qué incómodo podría ser para muchos saber que el chico bueno al que tenemos por santo resulta ser un criminal, o que el chico malo del que nos apartamos cruzando la calle si nos lo cruzamos es un pedazo de pan. Como cambiaría nuestra perspectiva, ¿verdad? Gracias por leerme xxx
ESAS MOVIDAS DE LAS QUE NO QUEREMOS HABLAR. PARTE UNO.
Hoy es 15 de octubre, Día Internacional de la muerte gestacional, perinatal y de la primera infancia. Y llegado este punto muchos habréis dejado de leer, ya ver estas palabras juntas en una frase nos causa un gran rechazo,… por algo no nos gusta hablar de ello. La muerte nos causa rechazo, y si hablamos de la muerte de un bebé, de un niño, demasiado impacto. Pero por mucho que duela a veces pasa, a veces hay que soltarlo y hay que hablar de ello. Porque necesitamos contarlo y escucharlo. Porque tenemos que saber que el amor no tiene medida. Y no importa que hayas perdido un bebé, que hayas tenido un aborto de pocos meses, o un niño más mayor… Este día recuerda el dolor y el duelo que pasa por la pérdida de esa parte de nosotros que a veces no llegamos ni a sentir en nuestra piel. Y es que sin darnos cuenta en ocasiones minimizamos el dolor de otras personas por el hecho de que a lo mejor «sólo» llevaba unos pocos meses de embarazo, o nace sin vida y no llegas ni a oir latir su corazón. El dolor no tiene edad ni tamaño. Yo estaba feliz, súper feliz, un bebé buscadísimo, una tremenda ilusión de futura mamá primeriza, la ropa premamá, las chaquetitas y los patucos que con tanto amor hacían mi madre y mi suegra, preparar la habitación para esa llegada… Un momento en el que deseaba tanto ejercer de madre, entregar amor incondicional a un pequeño ser que entraría en nuestras vidas y nosotros con las manos y el corazón abierto. Dos meses de embarazo, emoción, ilusión, tantas ganas de ser mamá… Llena de emoción, de fantasías, de amor al fin y al cabo. Sentada como cada día en mi despacho, un día más de trabajo. Y de repente sentir que algo ha pasado. Algo malo. Muy malo. Sangre. Mucha sangre. Y la incertidumbre. No es nada, tranquila. Suele pasar. Y entonces la vorágine, el caos. La locura que me envolvió y me tragó durante tres días en los que el mundo se dio la vuelta. De médico en médico, de sala de urgencias en sala de urgencias. Dando vueltas como un paquete. Sí, eso es lo peor de ser embarazada primeriza, te reducen al valor de algo que lleva un bebé dentro y para la que todo es una paranoia. Pero hoy no lo es. Hoy no estoy paranoica. Se está yendo, se va de mí, lo estoy perdiendo. Y no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Camas de hospital, pijama de hospital, ecografías, pruebas. Se va, se va, lo pierdo, de forma inexorable. Ni siquiera me sale un llanto, sólo me puedo enfadar. Enfadarme conmigo misma, algo habré hecho mal, con el sistema, por menearme de un lado a otro mientras esa vida se va de mí. Y me enfado porque hace unas horas tenía un ser en mi interior y ahora se está yendo. Y nada lo puede cambiar. Cuando todo termina llega el vacío, el silencio, las miradas tristes. Y todo lo que hacía hasta esa mañana pierde sentido. El ácido fólico, los libros de maternidad, el diario de embarazo, las citas médicas, la ropita que está en el armario. Todo se esfuma como si ese «tú» no hubiera existido. Y pasa el tiempo sí, y estaba de poco tiempo, sí. Pero no importa, el tiempo sólo suaviza tus emociones, pero no lo olvidas. Ni nunca lo olvidarás. Nunca olvidaremos. Y en este día cada año nos acordaremos de todxs los que hemos pasado por ello. El amor no se mide en tamaño. Ni en tiempo. Simplemente no se mide. Sólo es amor. Nunca te olvidaré. xxxxxxxxx