Pensemos en la violencia, la crueldad, el maltrato, ¿Cuál es esa pregunta que nos hacemos constantemente? Tanto en la filosofía, como en la ciencia, o en el Derecho, el interrogante siempre es ¿Por qué? ¿Por qué los seres humanos somos crueles, por qué realizamos determinados actos violentos muchas veces sin sentido o sin aparente motivación.? Cuestión esta que permanece inexorable e insistente en la mente de las víctimas o familiares de los que han padecido algún ataque o violencia de otra persona Buscando explicaciones y teorías sobre los actos humanos y sus consecuencias recordé esta perturbadora perfomance de la artista serbia Marina Abramovic. Llamada a sí misma «madrina del arte de la perfomance» puso su cuerpo al límite en este obra que se desarrolló en la Galería Morra de Napolés en el año 1974. Tal como relata la autora no quería morir, no era este su interés, sino que buscaba llevar su cuerpo al límite, ver cuan lejos puedes llevar la energía del cuerpo humano. Para llevarla a cabo, en una de las salas de la galería colocó 72 objetos, algunos de ellos que podrían infligir un daño mortal. Una rosa, uvas, un látigo, un libro, unos zapatos, vino, pan, un abrigo, un sombrero, una barra de metal, una pistola y una bala… Durante seis horas ella sería el objeto, el ente inanimado que permanecería frente a la mesa, dejándose hacer, llegando incluso a eximir la responsabilidad de cualquiera en un documento firmado por ella misma, declarándose responsable de todo lo que pudiera ocurrir durante esas horas. La idea de Marina era dejar que fuera el público el que tomara las riendas, siendo la artista el elemento pasivo de la performance, y asumiendo además todas las consecuencias. Al principio los asistentes fueron tímidos, vacilantes, le dieron la rosa, la besaron, la miraban. Pero poco a poco se empezó a tornar salvaje. Cortaron su cuello y bebieron de la sangre que brotaba. La cargaron por el salón y la pusieron en la mesa con el cuchillo entre las piernas. Entonces alguien cogió la pistola y se la puso en la mano a ver si apretaba ella el gatillo. En palabras de la artista, el dueño de la galería en ese momento entró en la sala y enloqueció, tirando el arma por la ventana. Con las tijeras cortaron su ropa y le clavaron las espinas de la rosa por el cuerpo. Al transcurrir las seis horas y terminar la performance, Marina comenzó a moverse, volviendo a ser ella misma, dejando de ser el objeto receptor del libre albedrío de los asistentes. Estos empezaron a correr, evitando el contacto físico y visual con la artista, siendo incapaces de enfrentarse a ella como persona. Marina puso aquí en evidencia conceptos tan relevantes en la sociedad como la crueldad, la empatía, la libertad, el libre albedrío o la compasión. Como seres humanos gozamos del libre albedrío, esa capacidad de tomar decisiones autónomas, elegir entre varias opciones y «asumir» la responsabilidad de sus consecuencias. Un concepto complejo, no exento de polémicas y objeto de estudio constante por científicos (el neurocientífico Robert Sapolsky afirma que es un espejismo mental), filósofos (Aristóteles defiende que el libre albedrío es movido por sí mismo), religiosos (San Agustín, Martín Lutero y Juan Calvino nos hablan de la gracia divina y el pecado original. ) Pero, ¿Qué ocurre cuando se nos da la posibilidad de hacer lo que queramos, incluso de hacer daño a otro, sin tener que asumir ninguna responsabilidad. Marina asume todas las consecuencias, sin inmutarse y sin confrontarse. En esta ocasión aunque el público no reaccionó así inicialmente, al ver que se abría un mundo de posibilidades y de experimentación optó por infringir daño, dolor, llegando incluso ponerla en una situación límite al pretender que ella disparase la pistola. Entonces, ¿Qué mueve a aquellos que infringen dolor, maltratan o causan daño a otro, sabiendo que en la vida en sociedad SÍ que hay un responsabilidad, tanto social como jurídica? El moverse en el filo de la justicia, la propia satisfacción personal y esa predisposición de los seres humanos a la crueldad es lo que lleva a cuestionarnos la naturaleza humana. Por supuesto no he encontrado respuesta a mis preguntas, pero sí he descubierto toda una serie de estudios y corrientes súper interesantes (algunas retorcidas) sobre este tema, y por supuesto he revisitado la obra de esta gran artista (para mí), que nunca ha estado exenta de polémica, tanto por sus performances como por su personalidad. xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
PSICOSIS
*Spoliers muchos A ver, sí, diréis… qué vas a escribir de una peli como Psicosis, más que analizada, comentada y criticada. Peroooo. Voy a decir la verdad. Tengo una colección de pelis de Hitckock, La Ventana Indiscreta es mi peli favorita de suspense de la infancia, pero Psicosis… nunca la había visto 💀. Es lo que suele pasar cuando se machaca en exceso con una peli o libro, las escenas más icónicas se usan una y otra vez en otras pelis, series… y acabas pensando que la peli es sólo la escena de la ducha y la madre es él… Además el hecho de poder verla en pantalla de cine en un teatro y presentada por Paco Plaza (Rec, Verónica…), me ha aportado un extra de emoción a la experiencia. Este ciclo de cine clásico en el Teatro Colón pretende poder ver películas inolvidables en 35 mm, tal y como se proyectaban en los cines en esos momentos (Al final de la escapada ya pude disfrutarla así hace un par de meses), pero hoy el proyector decide no emitir sonido, así que hay que verla en digital pero proyectada igualmente en la pantalla grande del teatro. Estar en el teatro viendo Psicosis en VOS en una pantalla de cine de principio ya es un subidón, pero claro mis expectativas eran «bajas» en el sentido de mi percepción de la peli a través de las típicas escenas que se han visto mil veces. Así que fui «virginal», creyendo que no iba a ver nada demasiado excitante. Pero que equivocada estaba. No sólo porque la historia es mucho más de lo que creía, no, es que Hitchock nos lleva de la mano a descubrir nuestro lado más oscuro, nos hace sentir que estamos en la piel de Norman Bates, entramos en su cerebro, lo acompañamos en sus crímenes, hasta el punto de que nos encontramos deseando oscuramente que el coche de Marion se hunda definitivamente en el río. Ya desde el principio nos engaña, utiliza artimañanas para hacernos creer que presenciamos una historia de amor infiel, convertida en una trepidante trama sobre un robo encabezado por la hipnotizante Janet Leigh, para finalmente sumergirnos en la oscura mente de Norman Bates. Ese sombrío hostal en el que siempre hay habitaciones libres, esa imponente casa que a primera vista parece lejana, pero luego somos conscientes de que no lo está, ese Norman atractivo y seductor, la hermosa mujer que pretende robar a su jefe, huyendo a un destino desconocido. Todo nos va envolviendo en el universo Hictckock, un lugar donde nada es lo que parece, y donde cuando menos te lo esperas llegará un susto, que aunque pienses que estás preparado, no, no lo estarás. Y tendrás que agarrar a tu compañera de asiento, pensando, ¿Cómo es posible que a estas alturas me de un susto la supuesta Señora Bates?. Poco más que decir, de visionado obligado para cualquier amante del cine, y a poder ser sin saber nada de la historia, tal y como me pasó a mí, lo que me hizo disfrutar y asustarme como hacía tiempo que no me pasaba. Conclusión: A veces tenemos un concepto o prejuicio sobre determinadas pelis a las que se les ha manido mucho algunas escenas, y ya creemos que no hay más que rascar. La escena de la ducha de Psicosis es de las que más hemos visto en otras pelis, series, libros… pero es mucho más aterradora cuando la ves en su contexto, y la película en general lo es mucho más porque terminas pensando » A Norman Bates no le importa el dinero, ni la vida, no tiene nada que perder.» Y a quien no tiene nada que perder no le importa las consecuencias de sus actos, por muy malvados que sean. xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
MATERNIDAD
Maternidad. Por dónde empezar. Nunca tuve instinto maternal. Ya sabía que tener niños suponía mucho sacrificar; en primer lugar tu cuerpo que no sabes si volverá a ser igual o por lo menos que no te vaya a quedar peor, Y sacrificar todas esas cosas que sabes que no harás después de ser madre. Y si a este sacrificio y esfuerzo ya inicial le sumamos la presión de las redes sociales y las supermamás, tenemos un cóctel llenito de autoexigencias e inseguridades. Supermamás por las que no se ve rastro de embarazo, de haber tenido un bebé nueve meses en su cuerpo. Ni rastro de peso de más, grasa en lugares donde no sabías que podía haber, o estrías en sitios insospechados. Su cuerpo es un templo. El mío debe ser un after. Después de diez años ya de mi segundo hijo sigo con mi grasa en lugares extraños, mi barriga, y estrías en lugares inhóspitos. Pero lo peor de todo es que joder hago deporte. Deporte que antes no hacía porque no lo necesitaba. Podíamos comer comida basura, pasarnos la tarde viendo pelis y comiendo mierdas que no nos hacía falta el ejercicio. Todo estaba en su sitio. Y que me decís de esa piel brillante y perfecta, con el bronceado justo aunque estemos en diciembre. En pleno invierno lo normal es tener una colección de bikinis de todos los colores a mano para lucir tipo en el espejo de la habitación. Pero claro lo mio es tener dos bikinis del mismo modelo en distinto color que son aquellos que encontré un día en El corte inglés y que por lo menos me disimulan la barriga. Pero esto no es todo no. A esta peña le da tiempo a levantar a los niños de la cama a las 6, preparar un desayuno completo con huevos, cereales, fruta…Nada que ver con levantarte media hora antes de la entrada al cole, desayunar casi de pie, y correr por la casa en bragas gritando que no llegamos. Pura adrenalina maternal.
Golpe de realidad
El golpe, la bofetada, el ostiazo… Cuántas formas tenemos de nombrar ese momento en el que te caes de tu nube particular y aterrizas en el a veces terrible mundo real. Porque sí, a todos nos pasas que en alguna ocasión (en mi caso unas tres veces al año), estás en esa fantasía de «bueno, parece que todo marcha bien». Tengo un trabajo que me gusta más o menos, he llegado viva a fin de mes, con los hombres bien, gracias. Pero, de repente, ¡oh, sorpresa!, te pegas un tortazo con quien menos te lo esperas. Entonces, ¿Cómo prevenirte ante el golpe de realidad? Primero. Permanece siempre alerta. Sí, sí, es una asco pero es así. No se puede bajar la guardia. El otro día tuve una cena super pija, cena de gala del trabajo, todos sobrios y estupendos, aquí no rompemos un plato. Hasta que llegaron los cubatas. Desmadre total. Y aquí tuve mi fallo, bajé la guardia. Durante la cena estuve charlando con un tío muy majo que había venido con mi amiga. Ella está loca por él, aunque no se atreve a romper su pareja»por si acaso». Nos sentamos juntos y yo empecé a sentirme a gusto, no hablamos de trabajo, era algo como muy fluido, muy natural y la verdad me estaba cayendo bien. No sé por qué, pero al final nos quedamos solos en la mesa, mientras los demás se iban marchando nosotros seguíamos allí con nuestra copa echando unas risas. Y llegó el momento de marchar. Salimos fuera, y así de improviso me intenta entrar. Le digo que no y en un abrir de cerrar de ojos ya me ha pedido un taxi, me manda subir (¡!) y me da cincuenta euros. ¿Qué? Segundo. Si bajaste la guardia, reacción rápida. Te intenta entrar, tú no quieres, haces una cobra veloz. Te mete en el taxi y te da el dinero, se lo tiras a la cara y te bajas pitando. Tercero. El día siguiente, no respondas preguntas. Pero no digo esto porque te vaya a dar palo ni nada de eso. No. Tienes que estar preparada para no llevarte sorpresas. Me llama mi amiga (la que anda como loca detrás de él) a las nueve para decirme si estoy bien. – Sí, en casa intentando dormir después de llegar a casa a las seis. – Es que me llamó X y me dijo que os fuisteis a su casa. ¿Pasó algo entre vosotros? Él dice que le gustas, ¿Y él a ti?. Te dije que me gusta a mí. Algún día dejaré mi pareja y me iré con él. ¿Y ahora qué? Cara de póquer delante del teléfono. Dos golpes de realidad en uno. xx
Persuasión (La)
No está segura de qué nombre dar a lo que él hace. Consigue todo lo que quiere de ella. Es la fuerza irresistible de sus palabras. Nunca le ha puesto la mano encima. No es necesario. Esa necesidad, esa atracción, sólo con que le mencione la posibilidad de dejarla. No le entra en la cabeza estar sin él. Eso sí, ella tiene que acatar sus normas. Muchas. Demasiado sexy con el pelo suelto, ponte una trenza. Esa falda es demasiado corta, vete a cambiarte. No hables con nadie en clase. No le cuentes a nadie nada de lo que te digo. Cuando va a un sitio sin él tiene que enviarle una foto, esté donde esté, por la mañana, tarde o noche. Él Puede ver todo lo que hay en su móvil, puede localizarla en cualquier momento, maneja sus contraseñas y su correo. Y si no está donde dice… Puede llamar a su madre, mentir, decir que está metida en líos. Y entonces sus padres le echarían la bronca. Para una chica de quince años esto es un problema. Su padre trabaja en la construcción, nunca lo ve hasta la hora de cenar. Su madre limpia oficinas por la mañana, y el resto del día está muy ocupada también con su hermano pequeño, sólo tiene diez años. No quiere preocuparla con más cosas. Sabe lo que tiene que hacer para que él esté tranquilo. Y ella le quiere, al fin y al cabo la cuida, la protege, le cuenta sus problemas en clase y él la escucha. Sólo necesita eso. El día que le conoció se enamoró perdidamente. Un chico mayor, tan atractivo, tan sexy. Todo el mundo lo dice, no sólo ella. Tenía que conseguirlo. Se puso un propósito. Él iba a trabajar cerca de su instituto, así que procuraba coincidir casi siempre a la salida de clase, y poco a poco él se fue fijando en ella. El día que la habló y le preguntó su nombre casi se desmaya. Y empezaron a quedar. Se colgó todavía más. Se escribían según se despertaba. Sólo paraban cuando estaba en clase. El resto del día tenían en que estar en continuo contacto. Él da las órdenes y ella las cumple. Una parte de ella sabe que esto no está bien. Pero cómo salir. Cómo huir de (la) persuasión
La pxta frustración
Estar de guardia como abogada de oficio se parece mucho a salir de fiesta. Solo que en lo malo. Cuando terminas la guardia te queda una especie de resaca, la sensación de vacío existencial, como si no pertenecieras a ningún sitio. Se te confunden los días y las horas, estar pendiente las veinticuatro horas del móvil, el tener que atender llamadas a cualquier hora del día. Salir de madrugada, con las calles vacías para ir al calabozo, o a la comisaría o al cuartelillo. Estás inmersa al cien por cien en tu guardia, en atender a los detenidos y, cuando te toca, a las víctimas, en concreto a las de violencia de género. Cuando atiendes a víctimas, siempre eres tú y ellas, consigues establecer un lazo de confianza. Porque ellas son un mar de dudas, de confusión, de temor, y necesitan de tu empatía. Confianza y empatía. Debería ser nuestro lema. Aunque sea la primera vez que las ves, llegas a ese punto en el que en un par de horas consigues conocer lo máximo de su historia. A veces consigues que te cuenten mucho, a veces poco. Algunas historias son muy duras, otras parecen más «ligeras», pero esto sólo en apariencia. Y entonces, en algunas ocasiones, te toca lidiar con la putx frustración. Si, me puede frustrar cuando un juez no toma la decisión que yo pido, o cuando considero que la decisión que adopta es injusta. Y así se lo hecho saber a algún juez. Pero cuando ellas se echan atrás, cuando quieren renunciar a seguir adelante, cuando después de denunciar, de pasar horas en comisaría, entonces llegan al juzgado y ya no quieren declarar, o quieren retirarse de la acusación… Esa es para mí la mayor frustración. ¿Y por qué frustración? Porque tengo que respetar esa decisión. Porque tengo que apoyar a esa mujer, aunque para mí esa opción sea el mayor error. Porque una gran parte de mi trabajo consiste en entenderlas y apoyarlas. Mujeres que han venido con golpes en su cuerpo, con informes forenses clarísimos y contundentes. Pero no quieren seguir, se quieren echar atrás. Esa es mi mayor putx frustración.
Adrenalina
Siente sus sienes palpitar, las piernas colgando a escasos centímetros del suelo. Consigue encaramarse al muro con dificultad. Esto sólo acrecienta sus ansias de consumar sus intenciones, el muro es más alto de lo habitual, así que espera encontrar un botín ahí dentro. Pero no lo quiere hacer sólo por eso. No. También quiere la adrenalina. Y la venganza. Vengarse de ese juez. Del que lo metió en chirona. Casi diez años. Casi diez años entre rejas. Se dice pronto. Pero pasan lentos, muy lentos. No roba por necesidad, no. Lo que roba muchas veces ni siquiera tiene un valor destacable. Nunca encontró algo que estimulara su cerebro. Nada que calmase sus ganas de arriesgar. Estar en el filo del abismo, a punto de caer, saliendo del peligro en el último minuto, Eso es lo que quería. Adrenalina. En vena. Entonces empezó con las drogas. Necesitaba probar cosas nuevas Ahí empezó la caída en picado. Buscando las drogas más duras. Se movía por los peores ambientes, pisos de la droga, cuerpos amontonados buscando la dosis. Jeringas, crack, sobredosis, coca adulterada. Viviendo al límite. Al filo del abismo. Pero se terminó cansando. Tenía que encontrar algo más intenso, un subidón en el que estuviese más consciente. Y empezó a robar. Que sensación. Buscar a la víctima, preparar el golpe. Escalar los muros, romper ventanas. El riesgo de que te pillen. Adrenalina. En vena.
Extenuación
Agotado, vacío, exhausto. Una vez liberada la ira, ya sin nada dentro, poco tiene para dar u ofrecer. Siempre pasa así. Ella. Ella y sólo ella. Ella es su vida, su obsesión. Cada día la desea, cada día necesita más su cercanía, su presencia. Y en esa misma medida que la necesita ella puede prender la mecha. Ese fino hilo que separa la tranquilidad de la tempestad. Entonces llega la furia. Siente ese inconfundible calor que le invade y que recorre su cuerpo, pierde la noción del tiempo, y su cerebro entra en un bucle. Ya ha perdido el control. Pero no del todo. Sabe hasta donde tiene que llegar, donde tiene su límite. Tiempo atrás sólo le gritaba, le llamaba la atención, un «toque» como le gustaba decir. Pero de pronto dejó de ser suficiente. Aquella vez que descubrió que hablaba con otro hombre por el móvil, un amigo decía, pensó que se volvía loco, no se lo pensaba permitir. Empezó a gritarle fuera de sí, el calor recorría su cuerpo a toda velocidad. Le arrebató el móvil de las manos y se lo llevó a la boca. Lo mordió con furia hasta conseguir destrozarlo. Después la agarró de los pelos y la fue arrastrando por el pasillo hasta encerrarla en la habitación. No iba a consentir eso. Juguetea con el pitillo entre sus dedos, el humo disipándose a su alrededor. La oye sollozar en la habitación contigua. ¿Cuándo se piensa callar? Se siente tentado a empezar de nuevo, pero no le quedan fuerzas. De un momento a otro ella se cansará y se quedará dormida, siempre es así. Mañana, antes de salir, maquillará las marcas que ha dejado en su cara, cubrirá como tantas otras veces los moratones repartidos por su cuerpo. Y por supuesto no dirá nada. Así tiene que ser. Extenuado.
Tormenta eléctrica
Agitada y sudorosa, se despierta en plena noche. Su recuerdo le asalta cada día, mientras duerme. Y mientras está despierta. No puede pensar en otra cosa. Sin poder controlarlo, su cerebro la traiciona. Rememora esa noche una y otra vez, intentando atar los cabos y buscar sentido a esa irresistible atracción, a la tormenta eléctrica que se ha desatado después de conocerlo. Un gran error. Satisfacer ese deseo que la invade cada vez que lo ve sería un tremendo error. Satisfecha y feliz en su vida. Entonces…Qué pasa. En su primer encuentro, una noche de fiesta con amigos, desde el primer momento sintió sus ojos fijos sobre ella. Todos sus movimientos observados por él. Una mirada que la atravesaba, hasta lo más profundo de su alma. No era sólo la atracción física, había algo más. Algo intenso que no conseguía controlar. Una tensión no sólo percibida por ella. Era evidente. Mira el móvil, Las fotos de la otra noche. De nuevo ese calor. No, no se lo puede permitir, no puede ser que sienta algo así. Sentir ese deseo por dos personas. ¿Es posible? Su pareja no ha dejado de atraerla, al contrario, cada día siente más deseo por él. Entonces… Incómoda, se agita nerviosa ¿Qué ocurriría si resuelve esa tensión, si le pone fin? ¿Que pasaría si da rienda suelta a ese deseo que la invade, ese deseo de tenerlo cerca, de tocarlo, de que la toque? Terminaría la tormenta. O no.
HUIDA
Hace frío, mucho frío. En esa casa siempre hace frío. Se le cala hasta los huesos. Se echa una manta a los hombros y se acerca a la ventana. Con dificultad ha conseguido por fin que los niños duerman, el bebé está tan inquieto. Dispone de un par de minutos antes de que él vuelva a la habitación. Tiene que planear su huida. Su única obsesión desde hace una semana. Ya consiguió huir de su país. Llegar a España. Una vida nueva. Mejor. O no. Desde la ventana alcanza a ver parte del gran jardín que rodea la casa, el huerto, los animales. La sinuosa carretera que conduce al pueblo se le antoja tan lejana pero tan esperanzadora. La casa está en un alto, el principal motivo de ese frío que no consigue sacarse de encima. Y esas ventanas. No cierran bien, son de madera, viejas, las bisagras oxidadas. Todo en esa casa es tan viejo… De repente siente cómo se le escapa la esperanza, está sujeta por un hilo tan fino. Suspira. Tiene que salir bien. No puede fallar en su plan. El mínimo error podría echar a perder su huida, y se quedaría atrapada en esa pesadilla sin fin. No tiene a nadie a quien recurrir, está sola, ella y sus dos hijos. Y él, él tiene a toda su familia, sus amigos. Y luego está el viejo. El viejo lo sabe todo, está ciego, pero los oye. Las discusiones, los gritos, los golpes, los llantos. Y luego el silencio. Pero no dice nada. Sentado todo el día en ese sillón de flores apolillado. Escuchando la radio, hablando por teléfono. No se lo puede reprochar. Mañana. Es el día que él no vendrá a casa a comer, el único día que ella puede intentar escapar. Cruza los dedos, repasa su plan mentalmente, minuto a minuto. Se gira bruscamente, él acaba de entrar interrumpiendo sus pensamientos. – No permitiré que los niños tarden tanto en quedarse dormidos. Encárgate o lo haré yo.- Su tono furioso ya no le sorprende-. Ahora a la cama. – Claro- asiente resignada. Como cada mañana, día tras día, se levanta, despierta a los niños y prepara el desayuno. Todo transcurre con normalidad, el bebé llora, el mayor corretea, el viejo no dice nada. Y él se marcha, dejándola como cada día sola en esa casa tan grande, tan fría, tan antigua, tan triste. Procura no mostrar ansiedad, aunque el viejo no vea lo intuye todo. Recoge la mesa, friega, prepara el agua para los biberones… Con cuidado de no hacer ruido mete en la bolsa del bebé galletas, agua, potitos, lo suficiente para la comida y la cena. Seguro que encuentra algún sitio para dormir. ¿Verdad?. Sí, tiene que encontrarlo. Flaquea, por un momento el llanto parece venir a su rostro, pero se lo guarda. Deja al viejo en la planta de abajo, en el sillón, con su radio y su teléfono, y sube a preparar la pequeña bolsa de deportes que trajo de su país con sus cosas, ahora para meter la ropa de los tres. Mira el reloj ansiosa, no puede perder más tiempo. Coge la bolsa, el bebé pegado a su pecho y el niño agarrado de la mano. Baja y camina sigilosa hacia la salida trasera de la casa, tendrá que atravesar parte del huerto y el gallinero, pero es la única manera de salir sin que los vecinos la vean. Está lloviznando, así que le resulta difícil teniendo que tirar de los niños, pero lo consigue. Llega a esa puerta trasera que ya no se usa y que conduce a la carretera. Esa puerta que la puede llevar a la salvación. La atraviesa, mira a los lados temerosa y comienza a caminar, y caminar y caminar. La parada de autobús para llegar al pueblo está a veinte minutos de la casa, pero con los niños a cuestas se convierten en casi una hora. Pero llega. Y sube al bus. La mitad de su plan está listo. Ya queda menos. Desde que nació el bebé, hace diez meses, no ha salido apenas de la casa, sólo al huerto y a dar de comer a los animales. Él no la deja. Ni trabajar ni salir. «Yo me encargo del trabajo, del dinero y de las compras. Tú cuida de la casa y de los niños. Y del viejo.» Punto. No conoce el pueblo lo suficiente, el poco tiempo que lleva allí apenas lo ha visitado, pero es un sitio pequeño, piensa que puede conseguirlo. Se aferra a la esperanza con desesperación. Tiene que hacerlo. Por sus hijos. Por ella. Baja del autobús y pregunta por el Ayuntamiento, seguro que allí encuentra a alguien que la ayude. El bebé llora, tiene hambre, el mayor empieza a protestar por el cansancio. Se refugia de la lluvia en un soportal. Les da de comer, les canta, les calma. No puede ir a una cafetería, tiene el dinero justo para coger el bus de vuelta si el plan no sale bien. La última opción. Encuentra lo que parecen unas oficinas al lado del Ayuntamiento. Sí, parecen algo público. Entra. Empapada por la lluvia, sudorosa, el bebé en brazos y el niño de la mano. Tres mujeres trabajan concentradas frente a sus pantallas. La miran sorprendidas desde sus mesas. – Necesito ayuda. Mi marido me maltrata. Acabo de huir. No tengo adónde ir. Las mujeres se levantan, la sujetan, la abrazan. Y ella se derrumba. Llora. Se desvanece. La ayuda ha llegado. Lo ha conseguido. La huida ha terminado.